No todo el que me llama: “¡Señor, Señor!” entrará en el reino del cielo. Solo entrarán aquellos que verdaderamente hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. […] Todo el que escucha mi enseñanza y la sigue es sabio, […] Sin embargo, el que oye mi enseñanza y no la obedece es un necio,... Mateo 7:21-27 (NTV)
Deberíamos preguntarnos si
hay posibilidades de edificar sin cimiento. A menos que Ud. haya decidido armar
una carpa para pasar unos días de camping; cualquier tipo de construcción
necesita un cimiento, alguna base dónde apoyarse.
Aquí vemos un gran final
al sermón de Jesús en el monte. Con seguridad, aquel auditorio era grande
(había ido mucha gente al culto ese día), y Jesús no está dispuesto a terminar
así nomás. No tiene ninguna intención de decir: ¡Que Dios les bendiga, nos
vemos el próximo domingo! Tiene claro que necesita terminar con un desafío
personal “bien arriba”.
Según mi opinión…, Jesús tampoco
tiene intención de dejar conforme a la gente que lo está escuchando…, no es de
los que deja tranquilo al auditorio para que no se ofendan. Sabe que no está
vendiendo un producto, no le interesa para nada que algunos crean que esto es
lo más parecido a la sociedad de un club. Jesús está en otra dimensión, en otro
carril, en otra propuesta, otra escuela, tiene otra intención, otro mensaje. Y
la verdad es que este tipo de mensaje “duro” no conviene, ahuyenta a la gente.
Pero a Jesús no le interesa. Sin embargo, más adelante, sí se le irá la gente… Así
que Jesús termina su sermón presentando dos grandes verdades para poder crecer
y desarrollarse en el Reino de Dios.
La PRIMERA VERDAD tiene que ver con el liderazgo, con los que “hacen”
No se trata de lo que uno dice que hizo (o hace) para el Señor, sino de lo que Dios dice que hiciste y cómo lo hiciste. “¡Señor, Señor! Profetizamos en tu nombre, expulsamos demonios en tu nombre e hicimos muchos milagros en tu nombre” (v.22)
Para ser claros y
honestos, hay veces en que algunos buscan el reconocimiento de la gente a
través de lo que hacen -como los fariseos “ayunadores” del tiempo de Jesús-.
Una especie de nivel de carteles, de marquesinas, de luces, de plataformas, de fotos.
Si eso es lo que se busca, seguramente se consigue.
Algo muy diferente es lo
que Dios dice acerca de todo eso. Parece muy fuerte, pero el texto nos dice que
“en aquel día” (juicio final), Dios reaccionará de manera muy clara frente a los
hechos de algunos, con dos expresiones. Por un lado, dirá “nunca los conocí”;
y por el otro, “córranse, apártense obradores de maldad”. Es interesante
prestar atención a los argumentos que se esgrimen ante la posibilidad de
recibir de parte de Dios semejante declaración. Lo curioso de la parábola es
que esto lo plantea para “el final”, para “aquel día”. Así que, forzando un
poco el pasaje (pido perdón a mis profesores de hermenéutica), podríamos
preguntarnos qué hacemos en el mientras tanto. Respuesta: “Dejen que
crezcan juntos (trigo y cizaña), y cuando llegue el tiempo de la cosecha
daremos instrucciones a los segadores para que arranquen primero la cizaña y la
quemen; y después, que pongan el trigo en el granero” – Mateo 13:30
(NBV)
Parecería ser que, ante la
posibilidad concreta de escuchar este diagnóstico de parte del Señor, tengamos
la tendencia a mostrar nuestras credenciales, a sacar chapa, a identificarnos,
a esgrimir nuestras tarjetas de contactos, etc. En la calle, en el lenguaje
cotidiano, se dice: “esquivar el bulto, no hacerse cargo”.
Está más que claro que el Señor siente un gran rechazo por este tipo de actitudes. Hasta podríamos decir, abusando un poco, que ¡no es de hombre hacer esto!
Según mi opinión…, creo
que el Señor está hablando fuertemente al liderazgo, a los pastores, a los
maestros, a los predicadores de este y de los tiempos que vendrán, sobre el
peligro de tomar el Reino de Dios y a sus pequeñitos como un gran terreno
baldío en el que podemos plantar todo tipo de “propuestas y menús”
personales. En la misma línea, el Apóstol Pablo dice en Efesios 2:10 que “somos
creación de Dios, creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras que Dios
de antemano ya había planeado”. O sea que fuimos creados en Cristo para hacer,
cumplir, concretar la obra de Dios. Es más, dice Pablo que como consecuencia
lógica “andamos en ellas”.
Así que, de este modo, la
primera gran verdad que plantea Jesús en esta parábola tiene que ver con esa
tendencia natural, pecaminosa, del viejo hombre, del yo no doblegado, de cimentar
el crecimiento en nuestras “propias obras, ministerios, éxitos” y no en el
caminar las buenas obras preparadas de antemano por Dios para nosotros.
La expresión de Jesús en la parábola es: "Todo el que escucha mi
enseñanza y la sigue es sabio, […] Sin embargo, el que oye mi enseñanza y no la
obedece es un necio" (Vv.24, 26)
En el Reino de Dios no nos
recibimos nunca, siempre seremos alumnos. Dicho de otra manera, y aunque suene
muy duro al oído, tenemos que decir con claridad que ser cristiano, ser un hijo
de Dios, es “una ardua y trabajosa tarea”. Tal vez no convenga expresarlo de
esta forma, pero Jesús no estaba en esos menesteres de licuar el mensaje para
conservar el auditorio. Siempre habló con claridad y se adelantó a decir que
muchos lo abandonarían, que dejarían el “camino del discípulo” y se volverían
atrás. Y cuando esto pasó, no los fue a buscar pidiéndoles perdón por lo que
había dicho.
Al Apóstol Pablo le pasó
lo mismo: “Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a
Tesalónica. […] Alejandro el calderero me ha causado muchos males (…) en
gran manera se ha opuesto a nuestras palabras. […] En mi primera defensa
ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon (…)”. El Apóstol
Juan batalla con los mismos inconvenientes: “Yo he escrito a la iglesia;
pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos
recibe.”
Entonces, ¿Por qué decimos
que ser creyente, ser un hijo de Dios, es una “ardua y trabajosa tarea”? Veámoslo de esta
manera. Cuando los hijos se dan cuenta que aprendieron a caminar (que pueden
hacerlo solos), y que pueden examinar el mundo por su propia cuenta ya no
quieren estar más sobre la falda de sus padres, comienzan a retorcerse para
soltarse, bajarse y lograr lo que desean. Quieren independencia. Así que, diría
que lo que más cuesta en la relación padre-hijo es la obediencia. En buen
criollo sería, “¡hagan caso!”. Y en buena parte del tiempo de crianza esta es
la frase más dicha (de un lado) y más escuchada (del otro).
Según mi opinión…, ser un
hijo de Dios es una “ardua y trabajosa tarea”. Una cosa es ser salvo y
quedarse cómodo toda la vida solamente con la salvación, sin cambios, sin
frutos, sin crecimiento. Pero otra cosa muy diferente es experimentar un
crecimiento exponencial, sistemático y consistente en Cristo con cambios
notables.
La pregunta de siempre es: ¿Qué queremos ser? ¿Qué es lo que queremos hacer? ¿Qué desafío asumiremos? ¿Hasta dónde queremos llegar?
La parábola dice que ambos
constructores escucharon el cómo hacerlo, cómo construir, cómo edificar, cómo
aprender. La Palabra de vida se les comunicó a los dos, los materiales
estuvieron dispuestos para los dos. Pero solamente uno aceptó esa “ardua y trabajosa
tarea”, el camino difícil. Solamente uno decidió invertir en tiempo, en
materiales y pagar un costo. Solamente uno decidió ajustarse por algún tiempo y
renunciar a algunos gustos para poder tener su casa. El otro optó por el camino
fácil, rápido, sin mucha inversión. Finalmente, la destrucción llegó a su
puerta.
Solemos asociar las
lluvias, los vientos, las inundaciones (en este pasaje) a los problemas y pruebas
que llegan a nuestra vida en ciertos momentos. Está claro que el propósito de
esas pruebas no es ver hasta dónde resistimos físicamente sino, “probar -chekear-
nuestra fe” en medio de ellas. Pero lo cierto es que hay momentos en los que aún
la misma Palabra de Dios llega como un huracán que envuelve nuestra vida, como
una tormenta sobre nuestra familia, como un viento arrasador sobre nuestro
trabajo, como un fuego consumidor que ataca nuestro corazón.
Para todos aquellos que
construyeron sobre la Roca, sobre Cristo, será alimento para el alma, como agua
para su sed. Y pedirán más, ¡querrán más de Él! Pero para todos aquellos que
optaron por construir con un evangelio económico, aún la Palabra de Dios
expuesta en forma pura será un vendaval que arrasará con lo poco o mucho que
pudo construir/edificar según su criterio. Es triste, es muy lamentable
encontrarnos con ese tipo de situaciones, de personas que han decidido
construir con material barato, material no confiable.
Jesús termina su sermón allí en el monte con la “Parábola de los dos Cimientos” y este claro desafío de construcción. Fue una reunión larga, un mensaje largo, pero nadie se movió.
Termino según mi opinión, pensando
que luego de haber escuchado aquel mensaje en el monte, hay dos formas de
retirarse de aquella reunión. Dos expresiones simples que son las mismas que seguimos escuchando hoy en día:
- ¡Qué hermoso mensaje! El predicador/pastor habló “muy lindo” …, deberían invitarlo más seguido.
- Dios me habló. Tocó y movió mi corazón a hacer cambios. Necesito edificar con otros materiales, no quiero que mi fe envejezca.
Entonces… ¿qué vas a hacer?
Pastor - Licenciado en Teología