“Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.”Juan 6:68
Con seguridad todos diríamos: ¡Qué confesión la de Pedro!
Y es cierto. Lo lamentable del caso es que el contexto en el que esto tiene
lugar es muy triste. Hace unos momentos atrás, algunos cuantos seguidores de
Jesús cuestionaron su mensaje por lo duro que parecía cumplirlo y a partir de
ese momento dejaron de seguirle. Como Jesús conocía con claridad los corazones
de sus “doce”, se da vuelta y mirándolos fijamente les pregunta (o los encara
directamente): ¿Quieren irse ustedes también?
¡Qué terrible! Jamás me
imaginaría a Jesús preguntándome si me quiero ir con los demás, si quiero dejar
de seguirle o si quisiera abandonar el ministerio. Hay veces que entramos en
momentos peligrosos, en pendientes pronunciadas, en mesetas interminables. Hay
etapas en las que “servir/pastorear/liderar” se transforma realmente en
una maratón.
Bueno, no creo estar exagerando o hablando de algo que
ignoremos. Nos exponemos a mucha presión cada día. Ahora mismo, con lo que nos
toca vivir, estamos viendo cómo “sostener pastoralmente” a nuestras
congregaciones desde videos, audios, reuniones por wasap, videoconferencias con
los equipos, oraciones telefónicas, etc. ¿Saben? A mí me pasó, me he encontrado
algunas veces en esos momentos grises donde la tentación de dejar, correrme,
abandonar era muy fuerte. Y si a mí me pasó, tal vez a vos también. ¿A quién
recurrir en esos momentos?
Pero vuelvo al contexto y pienso “en voz baja”
… Entre la pregunta de Jesús y la respuesta de Pedro hay un tiempo que
transcurre: segundos, minutos, miradas, silencios que hablan, rostros que
buscan otros rostros. ¿Qué habrá pasado por el interior de Pedro y los
demás? ¿Habrá pensado, aunque sea por una milésima de segundo que sería un
alivio dejar todo? Pero su respuesta temerosa es y debe ser también la
nuestra. No tenemos otro a quien ir, no tenemos otra posibilidad de aliento
sino el que viene del Maestro. Palabras más, palabras menos, Pedro está
diciendo esto. Casi con atrevimiento dejame compartir con vos estas dos (2)
grandes verdades que me han hecho bien en esos “momentos”.
No hay otro DIOS, no hay otro CRISTO
Pero el mundo nos dice que hay más dioses. Que la
onda, la moda, lo piola, es tener más de uno… es como practicar “adulterio
espiritual”. Cuando no obedecemos a Dios, entonces obedecemos a otro. Si Cristo
no es mi Señor, mi señor es otro. Cuando mi maestro no es Jesús, yo estoy
aprendiendo de otro. Este mundo nos dice que no está mal, que se puede vivir
como los atenienses con un templito dedicado a cada dios personal. Aquellos que
no han sido “triturados” por el Espíritu Santo siguen manteniendo, por
las dudas, en sus vidas esos templos a algún dios personal: pensamientos,
actitudes, trabajo, familia, apellidos, estructuras, ministerios, status,
etc.
Recordemos lo que el mismo Dios dice a través del
profeta: “Yo soy Jehová, y no hay otro. Aparte de mí no hay Dios. […]
para que desde el nacimiento del sol y hasta el occidente se sepa que no hay
nadie más que yo. Yo soy Jehová y no hay otro.” Isaías 45:5,6. No hace
falta aclarar más nada. Jesús supo y pudo llevar sus cargas al Padre, lo demás
era koinonía cotidiana. Si Él lo hizo y nos lo enseñó, creo que podemos hacer
lo mismo.
No hay otra PALABRA, no hay otro ALIMENTO
En realidad, este es un mundo
lleno de palabras, repleto de mensajes de todo tipo. Es un mundo lleno de
predicadores, de oradores. Es un mundo lleno de conferencistas, de magisters,
de especialistas y doctores. Es un mundo lleno de técnicos, de experimentados,
de gente que sabe. Vivimos en un mundo lleno de profetas, apóstoles, pastores y
salmistas. Sin embargo, es un mundo con “poca o escasa Palabra”. La que hay es
una palabra que no nutre, no alimenta, no sostiene porque es palabra de
hombres, no es Palabra de Dios. La
urgencia de este tiempo reclama por Palabra que sea “nutritiva” para los que ya
conocen, y que sea “salvadora” para los que no saben todavía.
En la Sinagoga de Capernaúm, Jesús enseña con tremenda
autoridad y conocimiento de los corazones de sus “oyentes casuales” y de los
“seguidores de siempre.” Pero algo sucede, de pronto cambia el sabor de la
palabra y lo que era dulce ahora sabe amargo. Lo que era agradable escuchar ya
no lo es tanto, suena pesado y fuerte. Esta vez no hay milagros, no hay
señales… es pura Palabra, puro mensaje, pura enseñanza, pura palabra clara que
desnuda los corazones. Saliendo de la Sinagoga, Jesús confronta decididamente a
la variada congregación que le sigue y provoca un “tsunami espiritual” que
arrasa con las máscaras de unos cuantos, diciéndoles: “Las palabras que yo les he hablado son espíritu y son
vida, pero algunos de ustedes no me creen” (Juan 6:63, 64).
Las estrategias de marketing dirían que esta no es la
forma de ganar y conservar el auditorio, porque si la gente no escucha lo que
quiere escuchar y no se siente cómoda… SE VA. Se lo hicieron a Pablo, a
Jeremías, a Noé, a Esteban, a Juan el Bautista, y lo seguirán haciendo. Por
primera vez las palabras de Jesús dividen las aguas, las almas, los corazones,
el auditorio. Muchos toman la gran decisión de sus vidas, se quedan y siguen a
Jesús. Saben que lo que suena fuerte e incómodo es lo mejor para el alma. Pero
hay otros que dicen basta, hasta acá llegamos. Se vuelven a sus casas, a sus
familias, a sus labores y a sus propios “palabreros”. El panorama es
desagradable, casi espeluznante, hombres y mujeres se movilizan, multitudes se
marchan tomando sus cosas y buscando nuevos rumbos. A partir de ahora… YA NADA VOLVERÁ A SER IGUAL.
Creo que Pedro termina respondiendo por todo el grupo.
En un abrir y cerrar de ojos deciden seguir siendo parte de este “santo
proyecto” de transmisión del evangelio. Ahora ya saben que no hay otro DIOS y
que no hay otra PALABRA.
Pero Pedro añade a su respuesta, “tu tienes palabras de vida eterna”. Me parece hermoso y atinado que nos mandemos entre
nosotros versículos, mensajes, videos, canciones, que nos animemos en
la fe, que oremos con otros hermanos, que nos recordemos que “…ninguna
peste destructora nos alcanzará” como si los creyentes estuviésemos exentos
de sufrir algo. Todos nosotros hemos enviado y reenviado “memes alusivos”
al coronavirus aún mezclándose entre versículos y palabras de aliento. Basta
con ver nuestros chats: encontramos el mensaje de tal pastor o el versículo tal
a continuación de un meme o antes de un chiste. ¿Se imaginan a algún
infectado o a alguien que perdió un familiar leyendo estos memes? YO
NECESITO PEDIR PERDÓN (no reenviaré nada más de eso que llamamos “ingenio
popular”).
Me pregunto si no nos estaremos equivocando. ¿Será
que nos estamos guardando este antibiótico solo para nosotros, los creyentes?
¿Qué hay de aquellos que lamentablemente murieron sin haber recibido estas
palabras de vida eterna? ¿Y lo familiares que quedaron destrozados? ¿Cómo vamos
a hacer para explicarles que Dios tiene un propósito? Cuando volvamos a
nuestros púlpitos (si volvemos), ¿Cuál será el primer mensaje que
predicaremos? Hermanos míos, si Dios en su misericordia permite que esta
pandemia llegue a su fin, será necesario revisar con urgencia nuestra misión.
La Iglesia de Cristo debe cambiar.
Termino “según mi opinión” reconociendo que estas
“palabras de vida eterna” deberían haber corrido e infectado el mundo
mucho más rápido de lo que lo está haciendo este virus. Lamentablemente hemos "stockeado" en nuestros almacenes lo que debería estar a disposición del mundo.
¡Dios te bendiga y buena jornada!
Lic. Roberto R. Góngora
Pastor - Licenciado en Teología