sábado, 30 de mayo de 2020

Pentecostés: Final y Principio


"De repente, se oyó un ruido desde el cielo parecido al estruendo de un viento fuerte e impetuoso que llenó la casa donde estaban sentados. Luego, algo parecido a unas llamas o lenguas de fuego aparecieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Y todos los presentes fueron llenos del Espíritu Santo…"
Hechos 2:2-4a – NTV

31 de Mayo de 2020..., Domingo de Pentecostés. Pero como no es una fecha que acostumbramos celebrar, pasa de largo. Pentecostés era la Fiesta de la Cosecha; también conocida como la Fiesta de las Semanas o el Día de los Primeros Frutos. Se celebraba cincuenta días después de Pascua (Pesaj), recordando la salida de Egipto del pueblo de Israel.
Pero esta vez pasó otra cosa. La llegada del Espíritu Santo en Pentecostés marca el principio de algo inesperado, aunque prometido por el Señor en el Evangelio de Juan, “pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho”. Aunque, a decir verdad, un tanto borroneado por las dudas reinantes en el Aposento Alto.
Se podría decir que el escenario era el adecuado para el “turismo” (fin de semana largo). Peregrinos de todas partes decían presente en aquella fiesta: partos, medos, elamitas, gente de Judea, Capadocia, Ponto, Asia, de Frigia, Panfilia, Egipto, Libia, Cirene, visitantes de Roma, cretenses y árabes.
“Según mi opinión…” la llegada del Espíritu Santo también marca el final de lo “acostumbrado”, de la rutina litúrgica.
A partir de ahora, las cosas serían diferentes para los discípulos, para Jerusalén y para el Imperio.
En aquella celebración había muchos que esperaban lo de siempre, la rutina. Esperaban el momento de encontrarse con otros conocidos de peregrinaje. Pero también había otros -un grupo- que esperaban otra cosa, con muchas preguntas y temores, pero esperaban otra cosa. Esperaban lo que se les había prometido, algo que no habían experimentado hasta ahora.
Las instrucciones del Señor habían sido precisas: No se vayan de Jerusalén hasta que el Padre les envíe el regalo que les prometió… Tal vez algunos pensaban que ya tenían todo lo necesario para actuar, para desarrollar la misión; pero NO. Creían que ya tenían todas las credenciales para salir, para trabajar, para anunciar y comportarse como testigos “autorizados” de Jesús. Pero la verdad, es que todavía les faltaba algo.
Cuando algo falta, no anda, no funciona. Si falta combustible… ¡no anda! Si falta una persona en el equipo, no se puede jugar. Pablo no tuvo fuerzas para predicar en Troas porque Tito no había llegado y no sabía qué le había pasado. Podremos insistir con lo que tenemos, con lo que hemos guardado o ahorrado; pero tenemos que reconocer que “algo nos está faltando”.
“Según mi opinión…” la última fiesta de pentecostés que se celebró en las condiciones de siempre fue aquella, la que se celebró luego de la resurrección de Jesús. Hechos 2 marca el final de lo de siempre, de lo acostumbrado; para dar lugar a lo otro, lo nuevo. De ninguna manera es la llegada de un combustible, ni de una nube, ni de una paloma, ni de una energía que carga dominicalmente tus pilas.
Se trata de la llegada de un EJECUTOR. Alguien que hará de tu vida algo irresistible, que transformará tu corazón, tu boca, tus pensamientos, tu vocabulario, tus intenciones, todo tu interior. Tal vez suceda lo mismo con la iglesia de Cristo (no hablo del Cuerpo de Cristo), es tiempo que le dé lugar al “Ejecutor”.
En términos generales, la iglesia ha avanzado a través de la historia por la gracia de Dios, sumando sus estrategias, sus capacidades, sus recursos; pero tal vez, muy poco de eso haya sido aprobado y ejecutado por el Espíritu Santo. El investigador Sebastian Fath[1] estima que el número de evangélicos a principios de 2020 es de 660 millones. Según las estimaciones, en Argentina hay 5 millones. Haciendo cuentas simples, sobre 44 millones de habitantes, casi un 12% de los argentinos son evangélicos.
Me pregunto: ¿No es suficiente para provocar un cambio socio-espiritual en el país?
“Según mi opinión…” los mismos temores de aquellos refugiados en el Aposento Alto, también son nuestros temores. Entonces no se trata de cuánto conocemos a Cristo, sino ¿Cuánto logro Cristo de cada uno de nosotros? ¿Cuánto hemos dejado que el Espíritu Santo llene nuestras vidas?
Con mucho respeto, pero totalmente convencido de ellos, quisiera compartir cinco (5) principios fundamentales para vivir la llenura del Espíritu Santo:
1. No lo MANEJAMOS nosotros
No le podemos ordenar nada. Vivir lleno del Espíritu Santo no significa que ahora tenemos libertad de hacer lo que queramos. Necesitamos tener en claro que el ser llenos del Espíritu Santo jamás va a otorgarnos autonomía -una especie de “licencia de conducir”-. A veces escuchamos declaraciones que rozan peligrosamente esta línea: “yo declaro, garantizo, hoy va a pasar…”. La única garantía para no deslizarnos hacia la banquina espiritual, es vivir en total dependencia del Señorío de Cristo.
2. Aceptar que es VIOLENTO, irrumpe
Es todo o nada, no negocia. Porque se instala a partir de una actitud de reconocimiento personal, es entender que no podemos manejarnos solos. Como decía en el punto anterior, jamás tendremos autonomía espiritual.
3. Es el comienzo de un LENGUAJE NUEVO
Comenzaron a hablar en otros idiomas, conforme el Espíritu Santo les daba esa capacidad (v4); ¡y aun así las oímos hablar en nuestra lengua materna! (v.8)”. Ya no hablamos otro idioma sino el de la intimidad con Dios. El punto aquí es que el otro recibe en su corazón el mensaje de la Palabra de Dios en un idioma que conoce. Creo que hay momentos en los que los demás “no entienden” lo que hablamos, solo nosotros. Si vivimos en la llenura del Espíritu Santo, nuestro “idioma” es distinto. Y ese idioma lo habla aquel que pasa tiempo en la intimidad con Dios.
4. Es un estruendo que CONFUNDE
Pero no nos deja sumidos o knock-out en medio de la confusión. No es una confusión incomprensible sino aclaratoria del mover de Dios. Y cuando Él tiene libertad de acomodar las cosas de nuestra vida, se genera como una “santa confusión”. Nos damos cuenta de lo que era “nuestro” y lo que ahora viene de Dios.
5. Muestra los HECHOS DE DIOS
“¡Oímos a esta gente hablar en nuestro propio idioma acerca de las cosas maravillosas que Dios ha hecho!” (v.11). Nunca…, jamás una persona llena del Espíritu Santo va a mostrar otra cosa, otro mensaje, sino el de Dios y sus grandes hechos. Jamás se verá nuestra capacidad. Las señales y los milagros siempre muestran a Dios, a Cristo, la Cruz.

Termino “según mi opinión” reconociendo que la llegada del Espíritu Santo al Aposento Alto provocó en medio del pueblo todo tipo de expresiones. Maravilla, perplejidad y hasta burla...
“Quedaron allí, maravillados y perplejos. «¿Qué querrá decir esto?», se preguntaban unos a otros. Pero otros entre la multitud se burlaban de ellos diciendo: «Solo están borrachos, eso es todo»”.
Pero no importa… son “gajes del oficio”.

¡Dios te bendiga y buena jornada!


Lic. Roberto R. Góngora
Pastor – Licenciado en Teología


sábado, 23 de mayo de 2020

Semana de un Mayo revolucionado


Hablamos de algo “revolucionario” cuando un suceso causa un efecto muy grande en una sociedad, un grupo. Generalmente son movimientos a partir de los cuales los protagonistas ya no vuelven a ser los mismos. Hay descubrimientos que son una revolución: una vacuna en la medicina, una ley en la física, un nuevo concepto en la antropología, un pensamiento en la filosofía, una táctica en el deporte, una teoría en la economía, una nueva pedagogía en la enseñanza, y vaya a saber uno cuántas más revoluciones.

Algunas revoluciones causan mucho dolor, dividen, separan. ¿Por qué? Porque una revolución te saca del orden establecido, te sacude, rompe la inercia, te saca del letargo. Hay revoluciones que llevan a los pueblos al caos o te llevan después de un largo camino a la libertad, a la búsqueda de algo que está “gestándose” en el corazón. Y llega el momento en el que inevitablemente tiene que nacer. ¡Como la vida! Se gestó y produjo una revolución en la familia. Todo se trastornó.

En la “semana de mayo” recordamos aquel momento en el que el deseo de un grupo de corazones revolucionados se transformó en antorchas humanas que, tal vez sin saberlo cabalmente, engendraban el nacimiento de una nación, de un país con todas las letras; pero no sin una cuota importante de sufrimiento.

Es que es así..., toda revolución es sufrimiento. El sufrimiento es inherente al ser humano y la verdad es que no nos gusta sufrir.

Se sufre cuando se crece, se sufre en el estudio, se sufre al nacer, se sufre frente a la necesidad de los demás y las propias también, pero el sufrimiento en sí mismo no es malo. Tal vez debamos aprender a interpretarlo. Cuando era niño y caía en cama, "Doña Isabel" (mi mamá) decía que “estaba pegando un estirón”. Fiebre, dolores, sufrimiento; y la conclusión era: son los dolores del crecimiento. Por eso, todo camino nuevo que se inicia tiene un condimento extra de sufrimiento, y muchas veces no estamos dispuestos a soportarlo.

Se dice que las últimas palabras de Don Manuel Belgrano fueron: "¡Ay, Patria mía!”. Déjenme pensar en cada una de estas palabras. ¡Ay!, una expresión de dolor, de sufrimiento; Patria, su sueño, su proyecto, su revolución; Mía, una hermosa expresión de pertenencia, ¡y lo que es de uno, duele!

Ahora me pregunto: ¿No habremos perdido nosotros, ciudadanos de este siglo, esa calidad que caracterizó a aquellos hombres? Creo que ellos pensaron en un proyecto no tanto para ellos, sino para las generaciones que vinieran luego. Sabían que no iban a ver totalmente realizado ese sueño, pero de todas maneras lo soñaron. Este es el siglo de lo “instantáneo”. Pero una nación, un pueblo, una familia, una carrera, una profesión, una obra, una casa, un libro, un nombre… ¿Quién dice que esto se logra instantáneamente? ¡No es así, de ninguna manera! Hay que soñar, engendrar en amor, gestar, y finalmente “parirlo”. Si hay un sueño, un proyecto, amor… inevitablemente va a nacer después de un "hermoso" tiempo de sufrimiento.

¿Será que hemos perdido estas cualidades, o estas calidades? Hemos dejado de soñar, de proyectar, de gestar y de engendrar en “conjunto”. Seguro que lo hacemos, pero en forma independiente, lo hago para mí. Vivimos en edificios, pero nos desconocemos; el del 5°A no conoce al del 4°B, es más… tal vez no le interesa conocerlo. La idea del prójimo bíblico parece estar desvaneciéndose; sin embargo, fuimos creados para vivir en comunión uno con el otro. "¡Ay, Patria mía!"

Hace 210 años, un grupo de personas, un pueblo, dijo: ¡BASTA! Y de esta manera comenzaba un movimiento que los llevaría a la libertad, pagando el precio de ser los primeros, el precio de ser protagonistas de esa etapa de la historia. Esa revolución de Mayo de 1810, mostraría su primer resultado seis años más tarde, cuando en Julio de 1816 se firmaba el Acta de Declaración de la Independencia. A partir de allí la historia de nuestra joven nación ha ido agregando a sus páginas ribetes de distinto color y textura. Todas muy distintas pero nacidas -mal que mal- de aquella semana convulsionada. La historia nos enseña que nuestros antepasados decidieron independizarse del poder español. Creyeron que ya era tiempo, que no querían seguir siendo gobernados sino independizarse, querían “gobernarse a sí mismos” -vaya desafío-; naciendo de esta manera el Primer Gobierno Patrio con nombre y apellido: Cornelio Saavedra, Mariano Moreno, Juan José Paso, Juan José Castelli, Domingo Matheu, Manuel Alberti, Juan Larrea, Miguel de Azcuénaga, Manuel Belgrano. Ellos pagaron el precio de ser los primeros. Luego les siguieron otros con la misma tenacidad, la misma fuerza, los mismos anhelos, los mismos sueños.

Pero después llegaron “otros”. Y luego vendrán “otros más”, con anhelos distintos, sueños diferentes y con una fuerza distinta. En fin, ellos también escriben sus propias historias en las páginas de la historia argentina. "¡Ay, Patria mía!"

Somos una nación muy joven, apenas los primeros 210 años de historia. De todas maneras, no es poco, es algo, pero no es mucho. ¿Cómo se ve un país con 210 años de historia? De alguna manera declararnos independientes implica depender de nosotros mismos para que aquella revolución esté justificada. ¿No habremos perdido también nosotros este sentido de pertenencia mirando nuestro propio ombligo? “Ay, Patria mía”.

Por último, el dicho popular dice “no hay mal que por bien no venga”; pero la Biblia dice “todo ayuda para bien si amamos a Dios”. Y esto también es una revolución. El dicho popular es catastrófico; sin embargo, la propuesta bíblica es revolucionaria, nos enseña a mirar las cosas con un PROPÓSITO. La revolución de mayo tuvo un propósito que con los años dio a luz la independencia.

La revolución de Cristo también tuvo un propósito pero no de independencia, sino “salvífico”.

Del mismo modo espero y deseo que todas tus revoluciones, todo lo que suceda a tu alrededor, todo lo que suceda en tu propia vida sea mirado con un propósito.

Sí claro… se sufre, duele, pero hay un propósito.


Lic. Roberto Góngora
Pastor - Licenciado en Teología