domingo, 26 de marzo de 2023

Tallo, Espiga y Grano... Procesos.

*en ocasión del inicio del Ciclo Lectivo 2023 del Seminario Bíblico Temperley


El día comienza y Jesús enseña un nuevo paquete de valores. La gente sabe que ÉL está allí y no pierden tiempo en acercarse para escuchar. Está junto al mar de Galilea y el auditorio es tan grande que decide subirse a una barca, apartarse un poco y enseñar desde allí. Pero en algún momento el gentío comienza a dispersarse y entonces queda un grupo más reducido, son los doce y algunos más que estaban alrededor de ÉL. A partir de ahora, la enseñanza pasa de lo magistral (aula magna) a lo particular (curso). Entonces Jesús les explica la Parábola del Sembrador y aprovecha para introducir otras más que también son parte del plan de estudios: la de la lámpara, la de la medida con la que medimos, el grano de mostaza, el crecimiento de la semilla, etc. Permítanme en este encuentro, en esta ocasión especial, concentrarme en la explicación de Jesús sobre el crecimiento de una semilla de trigo.

 

Jesús también dijo: «El reino de Dios es como un agricultor que esparce semilla en la tierra. Día y noche, sea que él esté dormido o despierto, la semilla brota y crece, pero él no entiende cómo sucede. La tierra produce las cosechas por sí sola. Primero aparece una hoja, luego se forma la espiga y finalmente el grano madura. Tan pronto como el grano está listo, el agricultor lo corta con la hoz porque ha llegado el tiempo de la cosecha».

Marcos 4:26-29 (Nueva Traducción Viviente)

 

Me llama poderosamente la atención el crecimiento de las cosas, es fascinante ver cómo se desarrollan. ¡Sinceramente es algo notable! Y en la naturaleza…, más todavía, porque allí vemos puro ADN en movimiento. Corto el pasto en casa, riego y al día siguiente ya están saliendo nuevamente los “pastitos”.

Por ejemplo, un edificio crece mientras se lo está construyendo, y eso también me asombra. Pero no tiene un ADN que le indique que ya tiene los cimientos listos y que puede pasar a la instancia siguiente para continuar edificándose solo. No hay manera…, necesita que los responsables (los constructores) vayan añadiendo, paso a paso, todo lo necesario (materiales, maquinarias, albañiles, etc.) para que tome “forma de edificio”. No los puede evitar, no puede saltearse ese paso. Del mismo modo un automóvil, una bicicleta, un alumno, una vida.

Pero no sucede lo mismo en la naturaleza. Allí las cosas son muy diferentes; el crecimiento se da de otra manera y los actores son otros. ¿Cómo se formaron las selvas o las llanuras? ¿Quién plantó una semilla de pino, de araucaria, de arrayán o de ciprés para que se formara un bosque? ¿Quién tiró tanta agua para que se formaran los esteros, los pantanos o los deltas? ¿Quién juntó tantas piedras y rocas para que se levantaran las montañas, los cerros o las sierras? Todo eso me maravilla, pero en realidad creo que solo nos maravilla el “resultado final”, el producto terminado, la foto conjunta.

Pero ¿a quién le maravilla lo que sucede con una semilla de girasol, de lino o de trigo? Podríamos pasar por un campo recién sembrado y no tener la más mínima idea de lo que hay debajo de esa tierra. Los resultados finales (los productos terminados), generalmente son más sabrosos que los procesos. Creo que no nos enseñaron a “disfrutar y celebrar” los procesos. Tal vez, esperar confiadamente no sea una de nuestras virtudes. Celebramos y hacemos fiesta solo cuando nos recibimos de algo producto de la carrera que elegimos. Pero no celebramos nada en el “mientras tanto”, durante el/los procesos.

Nadie hace fiesta porque aprendió a usar una calculadora científica, o porque se familiarizó con la tabla de logaritmos, o con la tabla periódica de los elementos en química, o porque aprendió de memoria el preámbulo de la Constitución Argentina, o porque finalmente descifró el enigma de los extraños dibujos de “El Principito” (algunos saben de qué hablo). Nadie celebra haber entendido que el circuito sanguíneo corre solamente en un solo sentido, o que las huellas dactilares sean únicas para cada ser humano. Nadie hace fiesta porque finalmente entendió cómo es que flota un enorme barco cargado de contenedores, o cómo hace un avión para sostenerse en el aire. Nadie celebra saber que un albatros pasa toda su vida en el aire, regresando a tierra solamente para poner sus huevos.

Parece que nos enseñaron a festejar y celebrar solamente los finales, pero no las clases de cada día. Tenemos “carreras cortas” porque tal vez, pasarse 5 o 7 años estudiando “es un parto”. No celebramos cuando entendemos el teorema de Pitágoras; no celebramos cuando aprendemos a manejar un vehículo sino cuando finalmente obtenemos la licencia para conducir. Se celebra cuando llegamos a la cima, pero no mientras vamos escalando. Dice Jaime Barylko[1]:

 

El crecimiento de una persona es como el armado de un barco en un astillero. En las primeras etapas el futuro barco está colocado entre armazones y firmes estructuras; solo cuando ha sido terminado y puede zarpar se quita el andamiaje que guía y contiene su crecimiento. Sin esa estructura de sostén no hay construcción posible.

 

En fin…, nos estamos perdiendo la alegría y la bendición de festejar, de celebrar cada paso, cada escalón, cada peldaño de la escalera como dice Gustavo Bedrossian. Estamos perdiendo el disfrutar los procesos.

Frente a esto, es paradójico lo que la Biblia nos enseña. Vemos momentos en los que ciertas personas celebran haber encontrado simplemente “una moneda, una oveja, un hijo”. Frente a esta realidad, la Biblia SÍ nos enseña a celebrar el día a día, el escalón, el proceso. En nuestro pasaje de Marcos, vemos que Jesús queda solo luego de haber enseñado a la multitud. Son sus discípulos y unos pocos más, entonces se atreven a preguntarle por lo que no habían entendido, el significado de las parábolas. Entonces Jesús asombra a su grupo íntimo declarando que para ellos la enseñanza es diferente, privada, privilegiada… y entonces les revela un escalón más del proceso, pero no el todo.

 

«A ustedes se les permite entender el secreto/misterio del reino de Dios; pero utilizo parábolas para hablarles a los de afuera, (v.11)

 

Entre otras enseñanzas que comparte con los suyos, les transmite un principio fundamental del Reino de Dios. Podríamos explicar con claridad por qué una semilla crece…, pero hemos perdido la capacidad de asombrarnos y de celebrar frente a eso. Podemos explicar cómo es que un alumno aprueba sus materias, sus TP’s… pero, tal vez, hemos perdido la capacidad de asombrarnos con sus cambios logrados.

Jesús explica en la intimidad que en el Reino de su Padre sucede lo mismo. Se crece, se avanza, se suben escalones. O sea que también se dan los procesos de crecimiento. Una vez que la información, los contenidos y conceptos se incorporan a la vida, deben comenzar a usarse demostrando que esto le sirve al alumno para responder a las situaciones cotidianas. Hoy, el evangelio o la vida cristiana parece ser una actividad más de nuestra agenda: domingo culto, miércoles reunión de oración, jueves encuentro de damas, sábado encuentro de jóvenes. Sin lugar a dudas y en términos generales, hemos reducido nuestra “vida nueva” a una agenda semanal. Necesitamos revertir urgentemente esta situación. Nos está arruinando.

Esta parábola nos anima a caminar un proceso y celebrarlo como tal. Nos anima a no estancarnos; a hacer, pero también a dejarnos hacer. Nos desafía a “ajustarnos” y a hacer cambios que provoquen y den lugar al cambio siguiente.

En esta propuesta de celebrar y festejar los procesos, quisiera proponer en base a la Parábola del Crecimiento de la Semilla, tres (3) momentos de celebración (o festejo) relacionados al proceso de crecimiento de un hijo de Dios. Y tal vez, en esta ocasión, con un estudiante aventurero que ha decidido sumergirse en el proceso de la educación teológica o de adoración.

 

1.   CELEBREMOS CUANDO SEAMOS COMO BROTES, COMO TALLOS

Primero brota el tallo (v.28a)

Era realmente una fiesta cuando hacíamos la experiencia de la germinación en la escuela primaria. Un frasco, un papel secante, un poco de arena o algodón, y un poroto o una lenteja. Y cuando esa semilla “reventaba”, la raíz seguía su camino y el tallo comenzaba el suyo. Hoy la manipulación genética ha dado como resultado una semilla más fuerte, aguantadora y con mayor rinde. Pero no ha logrado, ni va a poder, saltar este paso. Sí o sí ese brote, ese tallo, es necesario. En el ADN de la semilla siempre estará el inevitable escalón del tallo.

Lo mismo sucede en la vida del creyente. Un hijo de Dios no puede saltarse, ni esquivar ser primero brote o tallo para llegar a sostener a otros y ser un canal de bendición. Pero será necesario que sufra los avatares provocados por la tierra y el agua. Sin estos dos santos “tormentos”, no podrá morir como semilla.

En toda escuela, instituto, universidad o seminario, además de programas, administrativos y profesores/maestros… hay alumnos. La presencia de ellos es transformadora, con ellos el desafío comienza. Pero, ¿cuándo comenzó a usarse la expresión "alumno"?, ¿qué características tiene? La idea de alumno tal como se entiende en la actualidad es fundamentalmente producto del período que se conoce como modernidad, iniciada alrededor del siglo XVI. Con anterioridad a esta expresión, se hablaba de "discípulos" o "aprendices", sin distinción por edades, y cada uno de ellos se relacionaban de manera individual con un maestro. Por lo tanto, ese discípulo es un brote que hay que cuidar. Por eso, haríamos bien en recuperar la palabra “discípulo” para que aumente la responsabilidad relacional con su maestro. Jesús no tuvo ni tiene alumnos, solo tiene discípulos.

 

2.   CELEBREMOS CUANDO SEAMOS COMO ESPIGAS

…luego se forman las espigas de trigo (v.28b)

Tenemos que reconocer que la espiga tiene una tarea tremenda. Debe ser fuerte porque tendrá que resistir las inclemencias del tiempo, del viento, la lluvia. La espiga no tiene otra función sino la de ser un canal nutritivo y a la vez “sostener” el grano que se desarrollará en ella (45-50 granos x espiga). Como siempre, el rendimiento estará en relación directa con los fertilizantes. Pero, ¿cómo se fortalece el discípulo, aprendiz o alumno que ha pasado al estadío de espiga? Al respecto también dice Barylko[2]:

 

Sin dolores de parto no hay nacimiento, y esto se aplica a las personas, las obras, los valores, la educación. La escuela no es diversión. El aprendizaje termina siendo placer, pero en el comienzo es martirio, porfía.

 

Pero en el caso de un creyente, de un discípulo, un alumno, hay que celebrar el tiempo de ser espigas. Esto quiere decir que hemos avanzado, que hemos muerto a nosotros mismos para pasar a otro momento de relación con Dios. Ahora pasamos a ser sostén para otros, pero con buen cimiento. Si queremos fructificar, no podemos dejar de ser espigas.

 

3.   CELEBREMOS CUANDO SEAMOS COMO GRANOS

Y cuando el grano está maduro, lo cosechan pues su tiempo ha llegado (v.29)

Llegamos al final, por lo menos de este ciclo. De alguna manera sería como el producto terminado. Ahora el grano se procesará para que sea utilizado en beneficio de otros: este es el costo del proceso. En el Reino de Dios cada uno tiene un tiempo de crecimiento que no se puede alterar. Muchos quieren ser grano sin pasar o sufrir un tiempo sembrados en la tierra para ser “atacados” por ella y asistido por el agua para morir como semilla. La palabra “studio” en latín significa perseverancia, trabajo, dedicación. ¿Quién dijo que estudiar era divertido? Una educación sin exigencias no es educación dice Barylko. Educar significa transmitir valores y que las personas cambien. Muchos quieren ser grano sin recibir la bendición de ser espigas para otros. Les cuesta, o no quieren serlo. Creen que su única función en el Reino es ser grano. ¡¡Pero ojo!! Para ser harina, también hay que desaparecer como grano.

Finalmente, en la parábola del crecimiento de la semilla vemos la importancia que Jesús le da a cada escalón, a cada estadío. Algunos creen que fueron creados para el estrellato, para ser vistos. Que tienen ministerios propios y tienen autoridad para ciertas cosas. Es una pena que algunos crean que son solamente grano. Festejemos/celebremos cada escalón, pero sigamos creciendo sin quedarnos en el festejo.

En el Reino de Dios no nos recibimos nunca, siempre seremos discípulos, aprendices. Dicho de otra manera, y aunque suene muy duro al oído, tenemos que decir con claridad que ser cristiano, ser un hijo de Dios, es “una ardua y trabajosa tarea”, es difícil. Tal vez no convenga expresarlo de esta forma, pero Jesús no estaba en esos menesteres de licuar el mensaje para conservar el auditorio. Siempre habló con claridad y se adelantó a decir que muchos lo abandonarían, que dejarían el “camino del discípulo” y se volverían atrás. Y cuando esto pasó, no los fue a buscar pidiéndoles perdón por lo que había dicho.

Pero al Apóstol Pablo le pasó lo mismo: “Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica. […] Alejandro el calderero me ha causado muchos males (…) en gran manera se ha opuesto a nuestras palabras. […] En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon (…)”. El Apóstol Juan batalla con los mismos inconvenientes: “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe.”

En la parábola de los dos cimientos dice que ambos constructores escucharon el cómo hacerlo, cómo construir, cómo edificar, cómo aprender. La Palabra de vida se les comunicó a los dos, los materiales estuvieron dispuestos para los dos. Solamente uno decidió ajustarse por algún tiempo y renunciar a algunos gustos para poder tener su casa. El otro optó por el camino fácil, rápido, sin mucha inversión. Finalmente, la destrucción llegó a su puerta.

Solemos asociar las lluvias, los vientos, las inundaciones (en este pasaje) a los problemas y pruebas que llegan a nuestra vida en ciertos momentos. Pero lo cierto es que hay momentos en los que aún la misma Palabra de Dios llega como un huracán que envuelve nuestra vida, como una tormenta sobre nuestra familia, como un viento arrasador sobre nuestro trabajo, o como un fuego consumidor que ataca nuestro corazón.

Para todos aquellos que construyeron sobre la Roca, sobre Cristo, será alimento para el alma, como agua para su sed. Y pedirán más, ¡querrán más de Él! Pero para todos aquellos que optaron por construir con un evangelio económico, aún la Palabra de Dios expuesta en forma pura será un vendaval que arrasará con lo poco o mucho que pudo construir/edificar según su criterio. Es triste, es muy lamentable encontrarnos con ese tipo de situaciones, de personas que han decidido construir con material barato, material no confiable. Jesús termina su sermón allí en el monte con este claro desafío de construcción. Fue una reunión larga, un mensaje largo, pero nadie se movió.

 

Como para ir terminando…

La historia del encuentro de Felipe con aquel funcionario etíope es fascinante por donde se la mire. Es un encuentro tan fugaz como sabroso, tan intenso como productivo, y tan transformador que terminará siendo un antes y un después en la vida de estos hombres. Es el encuentro de un corazón deseoso de servir, con un corazón dispuesto a ser atendido por Dios. No sabemos cuánto duró ese encuentro, solo sabemos que fue lo suficientemente largo/duradero como para que el Espíritu Santo obrara en una persona que lo necesitaba. Pero ¿Por qué Dios mueve las piezas de esta manera? ¿Acaso no había éxito en Samaria? Deberíamos haber gritado: “Dios… ¡no retires a Felipe de Samaria! ¡Es una pieza fundamental!” ¿Por qué movilizarlo casi 70km hasta el desierto para encontrarse con un desconocido?

El ángel viene con indicaciones claras para Felipe. Le dice que se “prepare para un tiempo de desierto”. Los alumnos/aprendices/discípulos que ya están en el Seminario y los que ingresan este año también se enfrentan con las mismas indicaciones. Prepárense... No solo para incorporar conocimientos e información… prepárense para ser sacudidos, movilizados por Dios, prepárense para ser triturados por el Espíritu Santo. Así como Felipe, aquel funcionario etíope se asombra de encontrar en medio del desierto a esta persona. Viene leyendo el rollo de Isaías. Y la conversación se inicia con una pregunta: ¿Entendés lo que estás leyendo? La respuesta de aquel hombre conmueve por lo sincero de la expresión: No entiendo. Claramente pide que le expliquen.

HOY, estamos llenos de interpretaciones personales, nos hemos transformado en nuestros propios instructores de la vida y de la Palabra de Dios. Vamos por la vida creyendo no necesitar nada porque nos hemos recibido de “todólogos”. Tal vez la iglesia esté caminando por el mismo desierto del etíope sin darse cuenta que tal vez lee, interpreta, habla, hace y opina “sin entender”.

Necesitamos urgentemente sentarnos a los pies del Maestro para que nos explique nuevamente esas cosas que nos cuestan; para que nos reinterprete aquello que hemos interpretado para nuestro beneficio.

Termino este “discurso” con tres breves e importantes reflexiones:

  1. Tanto en la parábola del crecimiento de la semilla como en el encuentro de Felipe con el oficial etíope vemos la importancia de la OBEDIENCIA. La semilla obedeció y murió; y Felipe no se negó a ir hacia donde el Señor le indicaba. Compromiso sin acción es “indiferencia”, fe sin compromiso es religión.
  2. Volvamos a recuperar el valor que tiene la SINCERIDAD en un proceso de enseñanza-aprendizaje. Nos subyuga la sinceridad de aquel funcionario: “no entiendo”… ¿Alguien puede explicármelo?
  3. No dejemos de recordarnos la importancia que tiene “UNO SOLO” en el Reino de Dios. Es la importancia del individuo, no de la individualidad.

En la misma línea de pensamiento del Apóstol Pablo nos encontramos con esta misma preocupación.

La noche ya casi llega a su fin; el día de la salvación amanecerá pronto. Por eso, dejen de lado sus actos oscuros como si se quitaran ropa sucia, y pónganse la armadura resplandeciente de la vida recta. Ya que nosotros pertenecemos al día, vivamos con decencia a la vista de todos. No participen de la oscuridad (…)

Más bien, vístanse con la presencia del Señor Jesucristo.

Carta a los Romanos, Cap.13:12-14


Nosotros debemos plantearnos la misma preocupación… ¿Qué queremos ser? ¿Qué es lo que queremos hacer? ¿Qué desafío asumiremos? ¿Qué compromiso tomaremos? ¿Hasta dónde queremos llegar? ¿Qué vamos a hacer?

 

Ptor. Roberto R. Góngora



[1] Jaime Barylko. Educar en valores. Exigencia y alas (Buenos Aires, Ameghino Editora, S.A.), 62.

[2] Ibid., 25.