sábado, 23 de mayo de 2020

Semana de un Mayo revolucionado


Hablamos de algo “revolucionario” cuando un suceso causa un efecto muy grande en una sociedad, un grupo. Generalmente son movimientos a partir de los cuales los protagonistas ya no vuelven a ser los mismos. Hay descubrimientos que son una revolución: una vacuna en la medicina, una ley en la física, un nuevo concepto en la antropología, un pensamiento en la filosofía, una táctica en el deporte, una teoría en la economía, una nueva pedagogía en la enseñanza, y vaya a saber uno cuántas más revoluciones.

Algunas revoluciones causan mucho dolor, dividen, separan. ¿Por qué? Porque una revolución te saca del orden establecido, te sacude, rompe la inercia, te saca del letargo. Hay revoluciones que llevan a los pueblos al caos o te llevan después de un largo camino a la libertad, a la búsqueda de algo que está “gestándose” en el corazón. Y llega el momento en el que inevitablemente tiene que nacer. ¡Como la vida! Se gestó y produjo una revolución en la familia. Todo se trastornó.

En la “semana de mayo” recordamos aquel momento en el que el deseo de un grupo de corazones revolucionados se transformó en antorchas humanas que, tal vez sin saberlo cabalmente, engendraban el nacimiento de una nación, de un país con todas las letras; pero no sin una cuota importante de sufrimiento.

Es que es así..., toda revolución es sufrimiento. El sufrimiento es inherente al ser humano y la verdad es que no nos gusta sufrir.

Se sufre cuando se crece, se sufre en el estudio, se sufre al nacer, se sufre frente a la necesidad de los demás y las propias también, pero el sufrimiento en sí mismo no es malo. Tal vez debamos aprender a interpretarlo. Cuando era niño y caía en cama, "Doña Isabel" (mi mamá) decía que “estaba pegando un estirón”. Fiebre, dolores, sufrimiento; y la conclusión era: son los dolores del crecimiento. Por eso, todo camino nuevo que se inicia tiene un condimento extra de sufrimiento, y muchas veces no estamos dispuestos a soportarlo.

Se dice que las últimas palabras de Don Manuel Belgrano fueron: "¡Ay, Patria mía!”. Déjenme pensar en cada una de estas palabras. ¡Ay!, una expresión de dolor, de sufrimiento; Patria, su sueño, su proyecto, su revolución; Mía, una hermosa expresión de pertenencia, ¡y lo que es de uno, duele!

Ahora me pregunto: ¿No habremos perdido nosotros, ciudadanos de este siglo, esa calidad que caracterizó a aquellos hombres? Creo que ellos pensaron en un proyecto no tanto para ellos, sino para las generaciones que vinieran luego. Sabían que no iban a ver totalmente realizado ese sueño, pero de todas maneras lo soñaron. Este es el siglo de lo “instantáneo”. Pero una nación, un pueblo, una familia, una carrera, una profesión, una obra, una casa, un libro, un nombre… ¿Quién dice que esto se logra instantáneamente? ¡No es así, de ninguna manera! Hay que soñar, engendrar en amor, gestar, y finalmente “parirlo”. Si hay un sueño, un proyecto, amor… inevitablemente va a nacer después de un "hermoso" tiempo de sufrimiento.

¿Será que hemos perdido estas cualidades, o estas calidades? Hemos dejado de soñar, de proyectar, de gestar y de engendrar en “conjunto”. Seguro que lo hacemos, pero en forma independiente, lo hago para mí. Vivimos en edificios, pero nos desconocemos; el del 5°A no conoce al del 4°B, es más… tal vez no le interesa conocerlo. La idea del prójimo bíblico parece estar desvaneciéndose; sin embargo, fuimos creados para vivir en comunión uno con el otro. "¡Ay, Patria mía!"

Hace 210 años, un grupo de personas, un pueblo, dijo: ¡BASTA! Y de esta manera comenzaba un movimiento que los llevaría a la libertad, pagando el precio de ser los primeros, el precio de ser protagonistas de esa etapa de la historia. Esa revolución de Mayo de 1810, mostraría su primer resultado seis años más tarde, cuando en Julio de 1816 se firmaba el Acta de Declaración de la Independencia. A partir de allí la historia de nuestra joven nación ha ido agregando a sus páginas ribetes de distinto color y textura. Todas muy distintas pero nacidas -mal que mal- de aquella semana convulsionada. La historia nos enseña que nuestros antepasados decidieron independizarse del poder español. Creyeron que ya era tiempo, que no querían seguir siendo gobernados sino independizarse, querían “gobernarse a sí mismos” -vaya desafío-; naciendo de esta manera el Primer Gobierno Patrio con nombre y apellido: Cornelio Saavedra, Mariano Moreno, Juan José Paso, Juan José Castelli, Domingo Matheu, Manuel Alberti, Juan Larrea, Miguel de Azcuénaga, Manuel Belgrano. Ellos pagaron el precio de ser los primeros. Luego les siguieron otros con la misma tenacidad, la misma fuerza, los mismos anhelos, los mismos sueños.

Pero después llegaron “otros”. Y luego vendrán “otros más”, con anhelos distintos, sueños diferentes y con una fuerza distinta. En fin, ellos también escriben sus propias historias en las páginas de la historia argentina. "¡Ay, Patria mía!"

Somos una nación muy joven, apenas los primeros 210 años de historia. De todas maneras, no es poco, es algo, pero no es mucho. ¿Cómo se ve un país con 210 años de historia? De alguna manera declararnos independientes implica depender de nosotros mismos para que aquella revolución esté justificada. ¿No habremos perdido también nosotros este sentido de pertenencia mirando nuestro propio ombligo? “Ay, Patria mía”.

Por último, el dicho popular dice “no hay mal que por bien no venga”; pero la Biblia dice “todo ayuda para bien si amamos a Dios”. Y esto también es una revolución. El dicho popular es catastrófico; sin embargo, la propuesta bíblica es revolucionaria, nos enseña a mirar las cosas con un PROPÓSITO. La revolución de mayo tuvo un propósito que con los años dio a luz la independencia.

La revolución de Cristo también tuvo un propósito pero no de independencia, sino “salvífico”.

Del mismo modo espero y deseo que todas tus revoluciones, todo lo que suceda a tu alrededor, todo lo que suceda en tu propia vida sea mirado con un propósito.

Sí claro… se sufre, duele, pero hay un propósito.


Lic. Roberto Góngora
Pastor - Licenciado en Teología

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